El primer intento registrado de producir una máquina de escribir fue realizado por el inventor Henry Mill, que obtuvo una patente de la reina Ana de Gran Bretaña en 1714. Era una máquina de transcribir e imprimir cartas y con la que llegó a escribir un tratado, aunque algunos libros dan escaso mérito a este volumen y citan como texto mecanografiado más antiguo uno realizado en 1808 por la condesa italiana Carolina Fantoni en un artefacto creado por su amigo Pelligrino Turri, que también inventó el papel de calco.
La siguiente patente expedida para una máquina de escribir fue concedida al inventor estadounidense William Austin Burt en 1829 por una máquina con caracteres colocados en una rueda semicircular que se giraba hasta la letra o carácter deseado y luego se oprimía contra el papel. Esta primera máquina se llamó tipógrafo, y era más lenta que la escritura normal. Esta máquina nunca fue comercializada.
En 1833 le fue concedida una patente francesa al inventor Xavier Progin por una máquina que incorporaba por primera vez uno de los principios utilizados en las máquinas de escribir modernas: el uso, para cada letra o símbolo, de líneas de linotipia separadas y accionadas por palancas separadas. Leer más →
Comprendo que, como hijo de José Mª Rodero, mi opinión sobre este trabajo está «un pelín» condicionada: que a los 25 años de su muerte aún alguien se acuerde de él es algo que te emociona, y la primera reacción es de agradecimiento. Pero quiero hacer notar que ese condicionamiento no es necesariamente solo positivo. Son muchas las ocasiones en que he tenido que aclarar errores en publicaciones sobre mis padres. Por ejemplo, afirmaciones no solo falsas sino incluso ofensivas vertidas sobre ellos en las memorias de Adolfo Marsillach (uno de los grandes amigos de mi padre) o de Alfredo Landa (a quien nunca conocí personalmente). Con los famosos ocurren estas cosas continuamente. Pero en este trabajo de Concha Pascual no he podido encontrar la más mínima referencia negativa. Doy fe de que todo lo que dice es cierto, aunque, en el original (que tuvo la gentileza de permitirme revisar) encontré dos o tres pequeños detalles inexactos (que no falsos) en lo referente a su vida privada (que no en la vida artística), cuya corrección le sugerí y ella incorporó inmediatamente. Considero, por tanto, que ha hecho un trabajo de investigación exhaustivo, tanto en hemerotecas como en contactos humanos y el resultado, en mi opinión, es sobresaliente. Creo que será muy difícil que alguien, en un posible futuro proyecto sobre este tema, pueda superarlo.
Magnífico trabajo que me ha permitido revivir muchas noches de Estudio1. Muy documentado, de fácil lectura nos acerca a la parte profesional y humana de este monstruo del teatro.
No he encontrado estudios sobre este magnífico actor.
Enhorabuena a la autora, irradia profesionalidad y un gran amor al teatro, reivindicando el lugar que debe ocupar este grande de la escena.